viernes, 1 de mayo de 2015

Una batalla para la historia: Pavía

Manuel estaba ya bastante acostumbrado a que no le llamaran casi nunca por su nombre, pero al menos solía escuchar siempre el mismo alias. Entre eso y que acababa de bajarse de un coche en cuyo asiento trasero llevaba dormitando tres horas, le costó darse cuenta de que "¡Eh!¡Tú!¡El de los pelos!" era él.

El que se parecía a Harold Lloyd miraba alternativamente a
 su amigo y al forastero greñoso.
Levantó la vista del café con leche que tenía delante y no le costó identificar el origen de la interpelación, básicamente porque el bar de la gasolinera en la que acababan de parar estaba prácticamente vacío. Unos metros más allá, en pie junto al mostrador de mármol había dos soldados de uniforme. Uno de ellos miraba a través de sus gruesas gafas una tapa de queso con seriedad. Si Manuel hubiera sabido quién era Harold Lloyd, le habría venido inmediatamente a la mente el careto del actor de Nebraska pero, claro, no tenía ni la más remota idea de quién era ese señor. El otro, con una mano en el bolsillo y otra sujetando un chato, lo miraba directamente a él; "con esas greñas no entras en Aranjuez" dijo, con marcado acento del Cerrato palentino, sea éste como fuere. Bueno, de hecho no pensaba entrar; ni siquiera sabía que estaban en Aranjuez. Para él, ese bar de gasolinera era solo la última parada antes de llegar a casa, en Córdoba. El soldado dejó el chato y dio unos pasos hacia él mientras echaba mano de unas tijeras que estaban a su alcance tras el mostrador. "¿No me has oído? Te vamos a pelar ahora mismo". El que se parecía a Harold Lloyd seguía con el queso, pero ahora lo miraba también a él. Manuel se giró y se dio cuenta de que toda su cuadrilla le rodeaba, en total seis paisanos, apoderado incluido, así que se sintió más que seguro, por muy chalado y/o tajado que estuviera el de las tijeras. Y ambas cosas parecían bastante probables.

Como casi siempre que crece la tensión en un grupo exclusivamente masculino, especialmente si ésto sucede con nocturnidad y en un bar, la discusión vira indefectiblemente a lo mismo: las gónadas (Nota: si no hay tensión vira también hacia las gónadas, pero en este caso las femeninas... ya me entienden). "¿Qué pasa?¿No tienes huevos para contestar?". El picador, que para eso era el más grande, fue el primero en abrir la boca: "Er maehtro demuehtra cada tarde loh buevoh que tiene"

"Ah, ¿si? Pues vamos a verlo" dijo el soldado mientras volvía a dejar las tijeras sobre el mostrador y se lanzaba con una agilidad felina, impropia de su pedete lúcido, al cinturón del melenudo que, en un abrir y cerrar de ojos se encontró sin él y luchando por que no le bajaran los pantalones. Harold dejó el queso, pero no se movió de su sitio.

Pepe, el camarero, había aprovechado mientras tanto que el cuartelillo de la Meretérita estaba al lado mismo para avisar y ya estaba llegando de vuelta al bar con una pareja y el cabo de guardia. Cuando los cuatro entraron en el bar se encontraron una escena surrealista: una figura del toreo con los pantalones por los tobillos, andando como un pingüino sobre el serrín que cubría el suelo de terrazo y sujetándose los calzoncillos mientras un militar con seis maromos encima tiraba de ellos hacia abajo al grito de "¡Vamos a verlos hombre!¡Vamos a ver si tienes huevos!". Justo en ese momento, Manuel se trastablilló con sus propios pantalones y los ocho cayeron redondos en medio del bar en un amasijo indiscernible de manos, piernas y gritos. Harold se terminó la caña que acompañaba la tapa de queso y, por fin, se separó del mostrador dirigiéndose al cabo de la Benemérita, al que tan solo hizo un gesto antes de ayudar a su amigo a levantarse del suelo.

Cuando Manuel se puso más o menos en pie, el soldado loco estaba sacudiéndose el serrín del uniforme justo antes de salir junto a su compañero. El cabo se cuadró cuando salían del local y pronunció un inequívoco: "Mis sargentos...". 

Los dos suboficiales ya estaban arrancando sus motos (uno Lambretta, otro Vespa) y Manuel aún no tenía muy claro qué demonios acababa de pasar; el cabo de la Guardia Civil no ayudaba demasiado ya que no paraba de decir: "Aquí no ha pasado nada, aquí no ha pasado nada...". En fin, mañana (ya hoy) sería otro día, Manuel estaría en Córdoba y los dos sargentos en sus regimientos: uno en Almansa Nº5, otro en Pavía Nº4.

La bicoca de las Guerras de Italia (1522)


Uno de los sistemas tradicionales para nombrar agrupaciones en el ejército español es asignarles el nombre de alguna batalla importante de nuestra historia. Lógicamente nos centramos solo en victorias y, por fortuna, hay cienes y cienes donde escoger. En esta entrada de profundosoconfusos vamos a saltarnos las motivaciones habituales para buscar personaje o hecho sobre el que enrollarnos un ratillo y, me evitarán Vds tener que explicar por qué, nos vamos a centrar en una batalla: la mantenida en torno a la ciudad lombarda de Pavía hace solamente 490 años, en febrero de 1525.

Si alguna vez soy capaz de llevar a cabo un proyectillo que tengo, no será la última vez que Pavía aparezca en el blog, pero sí es la primera, así que vamos a ver si lo hacemos medianamente interesante. Al lío...

Ya hemos hablado varias veces de la presencia del Emperador en Italia (por ejemplo aquí y aquí), pero si hay un momento importante de la presencia de Carlos IyV en la península de la bota es precisamente la batalla de Pavía, de la que se dice, supongo que con razón, que fue el pistoletazo de salida a la hegemonía hispana en Uropa.

Villalobos explicando a McLeod, de manera asaz convincente,
que solo puede quedar uno.
A finales del XV el norte de Italia era un revoltijo bastante complicado pero enormemente próspero en el que florecía el comercio y la cultura. Es curioso como en esa época la pujanza económica y cultural se ubicaba en ciudades más o menos independientes, no en grandes estados, pero esa es otra historia, no nos despistemos. El caso es que ese florecimiento cultural y, sobre todo, económico, acabó atrayendo a aquellos estados que no habían invertido en arte, sino en soldados. C'est la vie...

Al olor de las sardinas llegaron los austriacos y los franceses que se intercambiaron unos cuantos soplamocos por la zona, aunque en realidad todo era el continuóse del siguióse del empezóse. La cosa había comenzado en 1494 en forma de un "Francia contra todos" por el reino de Nápoles. Treinta años, docenas de batallas y varios libros de cuentas del Gran Capitán después, el asunto no se había arreglado ni una miajita, antes al contrario. A la muerte de Maximiliano I, abuelo de Carlos IyV, se presentaron a oposiciones de sucesor dos candidatos principales: el antedicho Carlos y el perejil de todas las salsas Francisco I de Francia. Como diría Sean Sánchez Villalobos Connery: "Solo puede quedar uno!" y el uno, no podía ser de otra manera, fue el emperador Carlos. Curiosamente, el tal Sánchez Villalobos interpretado por Connery era, en la ficción de Highlander, empleado de Carlos IyV, en concreto "espadero mayor/chief metallurgist". El mundo es un moquero. Si ya antes de la Elección Imperial de 1519 Francisco I no debía ser demasiado feliz como vecino de Carlos IyV, después las cosas fueron a pedor y se sucedieron las zancadillas del uno allá donde el otro estuviera.

Las batallas cuerpo a cuerpo con picas y espada debieron ser salvajes.
De la wiki.
Por empezar por algún sitio, trasladémonos a lo que hoy es un barrio industrial al norte de Milán llamado Bicocca, sede, por ejemplo, de empresas como Pirelli, pero en el siglo XVI era una aldeílla a las afueras de Milán. Allí tuvo lugar, el 27 de Abril de 1522, una no-batalla que, para no ser batalla, les debió hacer la gracia justa a los franceses, a los venecianos y, sobre todo, a los temibles mercenarios suizos (ojito, lo de mercenarios no es peyorativo, es que iban de eso), que cayeron como chinches sin llegar siquiera a luchar. El ejército Imperial no estaba comandado por Darth Vader, no, sino por Próspero Colonna y Fernando de Ávalos que, sabedores de la potencia de la infantería suiza pero también de sus tácticas y medios algo anticuados, plantearon una de las primeras batallas basadas en las armas de fuego ligeras (esto de ligeras es un decir, un arcabuz podía pesar casi 30 kg) de la historia. Precisamente era Ávalos el que dirigía a los arcabuceros españoles, que se dispusieron en lo alto de una colina con una zona pantanosa a un lado y un canal al otro y allí esperaron la acometida de los suizos; cuando éstos estuvieron a tiro (50 metritos, no os creáis) comenzaron una serie de descargas que acabaron arrasando con la unidad helvética. Lamento informar, especiamente a nuestro nutrido grupo de lectores suizos, que, en este caso, ellos se lo habían buscado ya que fueron los suizos los que presionaron al general francés Lautrec, a la sazón su cliente, para lanzar el ataque de esa forma y en ese momento. Un pequeño exceso de confianza lo tiene cualquiera...

El resultado fue salvajemente espectacular; dicen las crónicas que no hubo ninguna baja española por más 3000 suizos muertos e inmediata retirada de las tropas enemigas, que inicialmente contaban con total superioridad. Las consecuencias de la victoria Imperial no fueron menos espectaculares: Venecia, aliada de Francia, se vio obligada a volver a cuidar de sus canales, los mercenarios suizos nunca volvieron a ser tan temibles, los franceses se cabrearon como una mona y las reglas del combate a campo abierto cambiaron para siempre. No está mal para una soleada mañana de primavera en Lombardía...

Por si alguien se lo pregunta, que seguro que sí, la expresión "ser una bicoca" viene, obviamente, de este día. Así la define la RAE:
bicoca.
(Del it. bicocca, y este de Bicocca, población italiana al oeste de Milán, y nombre de la batalla que en este lugar libraron franceses y españoles en 1522).
1. f. coloq. Cosa de poca estima y aprecio.
2. f. coloq. ganga (‖ cosa apreciable que se adquiere a poca costa).
3. f. ant. Fortificación pequeña y de poca defensa.


Pavía, 24 de Febrero de 1525


Bicoca fue un desastre, pero el ejército francés en realidad apenas sufrió. Bien es cierto que perdieron a los venecianos y a los suizos como aliados/subcontratados, pero Francia seguía siendo un pedazo de país con un rey cabreado y con ganas de tocarle la moral al Emperador, así que continuaron maniobrando con sus ejércitos por Lombardía, aunque sin dar ninguna batalla de importancia.

Marx Stittich von Ems. Peaso de nombre
 y peaso de careto. Parece su suegra. De la wiki
A finales de 1524 conquistan Milán (salvo la ciudadela) y en Noviembre se lanzan sobre la ciudad de Pavía, defendida por españoles y Lansquenetes (más o menos equivalente alemán de los mercenarios suizos), todos ellos bajo el comando del riojano Antonio de Leyva. Los primeros ataques fueron repelidos y, aunque Francisco I estaba "on fire", no estaba loco de atar, así que ante tales defensas decidió no atacar sino asediar, que además tenemos la Navidad encima ytalytal...

Pero claro, asediando corres menos riesgo, pero das tiempo al enemigo a montar ejércitos de socorro, que fue exactamente lo que ocurrió. De nuevo Fernando de Ávalos se puso a la tarea, se unió a las tropas alemanas de Frundsberg y de Marx Sittich von Ems y se lanzaron a carajo sacao velozmente en auxilio de los asediados.

La situación no dejaba de ser curiosa: Leyva en la ciudad, Francisco I en el campamento de asedio y, más al este, Ávalos en el de ayuda al asediado. En esta ocasión era el ejército imperial el que contaba con mercenarios Lansquenetes a los que no había con qué pagar y presionaban para una batalla rápida, incluso algunas unidades se largaban a la vista de las tropas francesas, que veían que el paso del tiempo les favorecía. La situación estaba justo como menos le gustaba a Fernando de Ávalos, famoso por opinar:

"Dé me Dios cien años de guerra, y no un día de batalla, de la qual son tan varios y dudosos los successos, y tan ciertos y calamitosos los peligros"

Pero ya no había solución, había que plantear batalla y había que hacerlo ya mismito, antes de que los alemanes se volvieran en masa a beber cerveza a Baviera. El ejército Francés era más numeroso que las tropas de Ávalos y había tenido tiempo de fortificarse mucho mejor así que el factor sorpresa sería clave. Mientras, en la ciudad reina el hambre y comienzan las encamisadas, salidas nocturnas de las tropas sitiadas para rapiñar víveres, causar desconcierto y matar lo que se pudiera.

Reconozco que la literatura descriptiva de batallas y sus tácticas, cuando está bien hecha, es apasionante, pero si no lo está es patética. No quiero caer en el patetismo así que solo diremos que, una vez más, los planteamientos de Ávalos y el dominio de las armas de fuego del ejército Imperial funcionaron a la perfección y la superioridad artillera y de la caballería francesas no sirvieron de nada. El desastre francés fue total, con destrucción casi absoluta de su ejército y más de 10.000 muertos entre franceses y aliados (incluyendo casi todos los jerifaltes) por, según algunas fuentes, menos de 500 en el bando Imperial.

Se consiguió una victoria absoluta, pero es que esta vez fue algo más que una victoria...

Francisco I en Madrid


En medio de la batalla de Pavía, cuando ya estaba clara la victoria española y los franceses que aún podían intentaban ponerse a salvo, tres soldados españoles, en concreto un vasco, un gallego y un andaluz, de nombres Juan de Urbieta, Alonso Pita da Veiga y Diego Dávila se encontraron con un francés que huía en un pequeño grupo. Sus ropajes no eran de soldado raso, sino más bien de hombre noble, así que, en lugar de darle matarile in situ e ir a por más, le condujeron a sus superiores, no fuera a ser un tío importante.

"...quando un arcabuzero le mató el cavallo, y yendo á caer con el, llegó un hombre de armas de la compañía de Don Diego Mendoça, (llamado Juanes de Urbieta bascongado, natural de Hernani en Guipuzcoa) y como le vio tan señalado, fue sobre él al tiempo que el cavallo cayó. Y poniendole el estoque al un costado, por las escotaduras de las armas, le dixo que se rindiesse. El Rey viendose en peligro de muerte, dixo: La vida, que yo soy el Rey. El Guipuzcoano lo entendio aunque era dicho en Frances: y diziendole que se rindiesse, el dixo: Yo me rindo al Emperador"

Torre de los Lujanes vigilada por don Álvaro de Bazán.
 Eso es un segurata y lo demás son tonterías. Foto mía.
Y de esta forma tan tonta se encontró el Emperador con su archienemigo derrotado y preso. Francisco I fue trasladado a Madrid, primero a la Torre de los Lujanes en la actual Plaza de la Villa y después al Real Alcázar, el que se quemó en 1734 con unos cuantos cuadros de Velázquez dentro. El Rey de Francia estuvo retenido en condiciones cómodas pero, evidentemente, estaba en una posición manifiestamente mejorable para negociar así que en enero de 1526 aceptó firmar el Tratado de Madrid en el que básicamente aceptaba dejar de tocar las pelotas incomodar al Emperador. Tardó en romper el tratado lo mismo que en llegar a la frontera con Francia. Es que hay algunos que no aprenden nunca.

Francia lo tenía todo para ser el gran megarreino Europeo y lo pudo haber sido en varios momentos de la historia, pero al final, por unas cosas o por otras nunca pudo serlo. Una de esas "cosillas" fue la batalla de Pavía que, efectivamente, figura entre las batallas con consecuencias más importantes de la historia.

Ah, un detalle curioso, la espada de Francisco I permaneció en España hasta 1808, cuando Fernando VII, ese peaso de rey, se la regaló a Napoleón.

Con Dios.

PS: El regimiento de Pavía se fundó como Tercio de Dragones el 1 de mayo de 1684, justo hoy hace 331 años y sigue existiendo, integrado ahora en la Brigada de Caballería Castillejos II y su sede está en Zaragoza.

PS2: Tengo intención de añadir una fotillo de la Torre de los Lujanes, a ver si me acerco luego. HECHO

2 comentarios:

  1. Por cierto que los guías turísticos franceses cuando pasan por la Torre de los Lujanes dicen "aquí se alojo Francisco I durante su estancia en Madrid"

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    1. Ja, ja, ja... No sé por qué no me sorprende. ¡Como si hubiera estado de visita de cortesía o de vacaciones!

      Muchas gracias por la aportación

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